Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1872 (2ª) (Cortes de 1872)
Sesión: 10 de junio de 1872
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Castelar y discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 35, 812 a 826
Tema: Discurso de la Corona

El Sr. SAGASTA (D. Práxedes Mateo): Me levanto con pena, Sres. Diputados, a continuar mi interrumpido discurso, porque habiendo llegado tarde a este debate, os encuentro fatigados de una tan larga discusión, y yo temo aumentar vuestra fatiga. Pero son tantos, tan graves y tan infundados los cargos que se han hecho a Gobiernos y a instituciones, y tales y tan fuertes los ataques que a mí se me han dirigido, porque algunos señores han tenido el mal gusto de discutir en vez del mensaje mi humilde persona, dándome una importancia que no tengo ni pretendo; y tengo tal seguridad de desvanecer lo uno y de destruir lo otro, que yo creerla faltar a mi deber si guardara silencio por temor de molestaros.

El Sr. Castelar, en el discurso, brillante como todos los suyos, que pronunció el sábado pasado, comenzó por achacar los males que nos aquejan a la proclamación de la Monarquía; y esto es tan opuesto a la verdad, que no hay más que volver la vista atrás para demostrar precisamente lo contrario.

Derrumbadas las antiguas instituciones al esfuerzo de tres partidos unidos, unidos debieron continuar estos, no sólo para fijar las bases fundamentales de la organización política del país, sino para defenderlas contra los ataques de los enemigos de la revolución, que viniendo de distintas procedencias y olvidando sus opuestos fines, se coaligaron para destruirlas.

Los partidos que hicieron la revolución (y he de hacer excepción naturalmente de los partidarios de la forma republicana que lógicamente se separaron desde el momento en que la Nación en uso de su soberanía acordó la Monarquía como base de sus nuevas instituciones); los partidos que juntos habían hecho la devoción, atendiendo más a las instituciones que ellos levantaran, que a las diferencias que de antiguo los separasen, fijándose más en los intereses de la Patria que en los intereses de antiguas banderías, debieron tener el esfuerzo y el patriotismo de hacer juntos una política liberal, basada en las nuevas instituciones, pero resuelta y enérgica, hasta que reducidos a la impotencia los enemigos coaligados de la revolución, y hasta que pasados los temores en unos y desvanecidas las desconfianzas en los otros, fueran haciéndose simpáticas las nuevas instituciones para aquellos que no querían aceptarlas, o que se opusieron a su creación, y entonces hubiéramos podido separarnos como amigos que se despiden, en vez de hacerlo como enemigos que se rechazan y repulsan mutuamente. Pero los partidos revolucionarios, no sólo levantaron inoportunamente sus antiguas banderas y se separaron cuando los enemigos de la revolución abatían las suyas y se coaligaban para destruirla, con la cual siempre hubieran contribuido a destruir el edificio revolucionario recientemente construido, sino que en el momento que esto hicieron, rompiendo las mayorías parlamentarias de ambos Cuerpos Colegisladores, hacían también imposible la marcha regular de las Instituciones; y hé aquí, señores, el origen de los males que nos rodean.

La ruptura de la conciliación, siempre peligrosa mientras los enemigos de la revolución no se hubieran persuadido o resignado, fue, en los momentos en que se llevaba a cabo, no sólo una gran falta política, sino una torpeza insigne; porque rotas las mayorías parlamentarias en ambas Cámaras, no quedando ninguna de las fracciones resultantes con bastante número para superar a las fracciones antidinásticas y enemigas de la revolución coaligadas, quedó, como dije el otro día, en mano de las oposiciones el embargar el libre ejercicio de una de las más altas prerrogativas de la Corona, y las resoluciones parlamentarias, los acuerdos del Parlamento a disposición quedaron también de los enemigos de la revolución, que explotando hábilmente la ventajosa situación que esto les daba, inclinando una vez la balanza, en un sentido y otra en el opuesto, pero siempre como convenía a sus fines, que eran contrarios a los fines de la revolución, consiguieron, no sólo continuar la ruptura entre los partidos constituciones, sino que arrastraron consigo una falange revolucionaria, o hicieron enemigos encarnizados a aquellos que, aunque se habían separado, debieron ayudarse mutuamente sin considerarse como enemigos.

De aquí, Sres. Diputados, ese movimiento vertiginoso en que desde aquel instante entraron los partidos de la revolución; de aquí esa política a domicilio, personal, que todo lo humilla, que todo lo rebaja; de aquí ese sistema maldito de rebajarlo todo de deshonrarlo todo, de mancharlo todo, hombres, política, prensa e instituciones; de aquí ese extravío del sentido político, que admitió benevolencias astutas y que cambió transacciones con enemigos para siempre intransigentes, dando lugar a pactos precursores de las coaliciones monstruosas que más tarde habían de venir. La ruptura de la conciliación, que nos ha traído todos los males que en estos momentos estamos experimentando, despertando ilusiones ya dormidas, resucitando esperanzas ya muertas, renovando alientos ya perdidos, ha hecho retroceder a la revolución en el camino que ya tenía adelantado, retrotrayendo las cosas al estado que tenían al tiempo de las elecciones que se hicieron después de la venida del Monarca, y ha dado otra vez poder a los partidos hostiles para considerar estas segundas elecciones como un segundo plebiscito, y para llevar a la lucha electoral la cuestión dinástica, volviendo a infundir en todos el temor y la desconfianza que en aquella época había existido.

Concluida la última legislatura, débil se encontraba el partido republicano, hasta el punto de que pensó en abandonar la lucha electoral, y seguramente la hubiera abandonado a no haber sido por la coalición. Incapacitado de ir a la lucha legal se encontraba también el partido carlista, que en lugar de acudir a este terreno, no pensaba sino en hacer un último esfuerzo acudiendo al de las armas; y uno y otro partido estaban tan resueltos a no acudir al terreno legal, que aun después de la coalición que venia a darle fuerza y auxilio, todavía discutieron ampliamente si debían o no acudir a las urnas. Pero, es claro, el interés político aconsejó a esos partidos aprovecharse de la coalición, en la cual el partido carlista veía un manto con que cubrir, además de un escudo con que defender sus movimientos revolucionarios [812] y el partido republicano vio también el medio de recuperar el terreno que naturalmente había perdido; y uno y otro partido acudieron a la lucha electoral, sin abandonar el intento de la fuerza, y uno y otro están aquí representados como colectividades, ofreciendo las dificultades que ofrecen aquellos partidos que no están dentro de la legalidad, aprovechándose de nuestras discordias y de nuestras disidencias.

Consideren los Sres. Diputados, y considere el país, cuán diferente sería la situación que en estos momentos atravesaríamos, si la coalición no hubiera tenido lugar, y no podrán menos de convenir en que sin la coalición los partidos que no están dentro de la legalidad no hubieran acudido a la lucha legal y se hubieran resignado, que es lo que hacen los partidos que no aceptan una legalidad, cuando ésta triunfa. Las elecciones hubieran tenido lugar sin contratiempo alguno; el Gobierno no hubiera tenido para qué preocuparse de ellas; y establecida la lucha legal entre los partidos constitucionales, hubiera sido completamente indiferente su resultado para las altas instituciones del país. ¿Es que la lucha era favorable para el partido que se encontraba en posesión del poder? Pues el partido que se encontraba enfrente hubiera venido a ser la oposición parlamentaria y constitucional, que atacando al Gobierno en cuanto creyese que contrariaba a sus ideas, ayudaría sin embargo a la gobernación del Estado. ¿Es que la lucha era contraria al partido que se encontraba ejerciendo el poder? Pues todo quedaba arreglado con un simple cambio ministerial, y el partido que en las urnas hubiera sido de oposición habría sido en el Parlamento el que tuviera el poder, y el partido que hubiera tenido el poder cuando se hacían las elecciones, sería en el Parlamento el partido de oposición, sin que en uno ni en otro caso las instituciones del país hubieran llegado a sufrir ni se hubiera alterado la marcha regular de los altos poderes del Estado. La ruptura de la conciliación, pues, debilitó primero los elementos revolucionarios; la coalición los ha perturbado después, y a la una y a la otra se debe el que los partidos enemigos de la revolución, de las instituciones fundamentales que la revolución se ha dado, hayan recuperado la fuerza que naturalmente habían perdido; a una y a otra se debe el que la revolución haya perdido el camino que tan trabajosamente, con tan inesperada fortuna había recorrido, y a una y a otra se deben los males que lo dos estamos lamentando.

Ahora bien; porque yo me opuse cuanto me fue posible a la ruptura de la conciliación, causa de nuestros reales, y porque una vez rota yo procuré conjurarla en cuanto de mí dependía; porque dividido el partido progresista a mi pesar, yo he hecho todos los esfuerzos imaginables para que se constituya un gran partido liberal, fuerte, que gobierne, que pudiera salvar los principios fundamentales de la revolución, y porque no he querido que se malgaste la actividad, la fuerza de los partidos, en crear desconfianzas, en fomentar enconos, en maldecir de todo aquel que no piensa como nosotros, se me ha dicho reaccionario, se me ha llamado traidor, y hasta se han forjado manifestaciones en contra mía por las calles de Madrid, cosa que recuerdo sólo como un hecho histórico, aunque lo tengo completamente olvidado; y se han separado de mí algunos amigos queridos, no todo el partido progresista, como se ha dicho, ni mucho menos; que bueno es que yo aquí rectifique esa idea, de que se ha querido sacar partido por algunos oradores que me han precedido en este debate. (El Sr. Martos: Pido la palabra para una alusión personal.) No ha aludido a S. S. de ninguna manera.

Se ha dicho que yo había ofrecido seguir a mi partido hasta en sus extravíos, y que después no le he seguido ni en sus aciertos. Desgraciadamente, el partido progresista se ha dividido a pesar de mis esfuerzos, y se ha dividido siguiendo unos al partido en sus extravíos, y siguiéndole otros, en mi opinión, en el camino de la razón y del bien. Yo podré estar equivocado; pero si por esto me abandonaron algunos de mis amigos, ¿a dónde iban? ¿Lo sabían ellos? ¿Lo sabía él que los llevaba? Yo presumo que no, y si yo no lo sabía de cierto, lo pronostiqué; pero ayer nos lo decía bien claro el señor Castelar. Iban a crearse una situación difícil y peligrosa; iban a establecer el flujo y reflujo que tan brillantemente nos describía S. S., con el partido republicano; iban, en una palabra, a mezclar corrientes monárquicas con corrientes republicanas. Posición peligrosísima; porque aunque los republicanos tengan, como los monárquicos, un punto de vista y un fin común, como es la libertad; como las bases de que partimos son tan contradictorias, son tan opuestas, es imposible que podamos marchar juntos ni aun para alcanzar el fin que nos es común: fundan los republicanos la libertad en la república; fundamos los monárquicos la libertad en la Monarquía, y con tan distintas bases es imposible marchar juntos; que no pueden marchar por el mismo cauce aguas que tienen distinto origen, que llevan corrientes opuestas y van a desembocar en diferentes mares.

Sea de esto lo que quiera, yo sentí la separación de estos amigos míos: juntos hemos atravesado tempestuosos y agitados tiempos; los daños causados por el huracán, a mí me los habéis atribuido hasta tal punto, que creíais que vuestra bienandanza empezaría el día que yo dejara el poder. La pena que me produjo la separación de amigos queridos, no sería para mí tan acerba si desde el instante en que se realizó su deseo hubieran sido más afortunados, y si desde el instante en que me encontré a la orilla su navegación fuera más feliz y bonancible. De amigos, no de enemigos, han sido mis actos y sentimientos; en medio de las adversidades, en medio de las dificultades que hemos atravesado, en medio de los errores de que hemos participado, yo he hecho todo lo posible para nuestra reconciliación; no he procurado nada más que el engrandecimiento del partido liberal; no he aspirado más que a la felicidad de la Patria, que es vuestra felicidad, que es nuestra felicidad, que es la felicidad de todos.

Pero se dice: es que la causa de los males, o la cansa a que se atribuyen los males, era irremediable, porque no podía evitarse la ruptura de la conciliación: la conciliación era impotente, decían los que contribuían a romperla, y los que creyeron sin duda patriótico romperla. Y me hago cargo de este argumento, más que por desvanecerlo, que de suyo está desvanecido, para demostrar al Sr. Castelar que vino el redentor, pero que también vino la redención, aunque S. S. no la vio; y si la redención no ha dado hasta ahora los frutos que de ella se esperaban (El Sr. Castelar pide la palabra para rectificar), cúlpese, a los redimidos, no al redentor; cúlpese a los redimidos, que no han sabido aprovechar los frutos con que se les brindaba.

Señores, era importante la conciliación. Pues ¿conocéis ningún Gobierno que en tan poco tiempo haya dado más extraordinarios resultados que los que dio el [813] Gobierno de conciliación? Todos los Sres. Diputados saben cómo se formó aquel Ministerio de conciliación, aquel Ministerio homogéneo, digo mal, aquel Ministerio compuesto de dos procedencias que no han sido homogéneas nunca, que no lo son hoy tampoco; pero aquel Ministerio, compuesto de esas dos procedencias regia entonces los destinos del país.

El Rey electo estaba a punto de desembarcar en nuestra Península; el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, el caudillo de la revolución, el que había tomado una parte más activa y más directa en la cuestión de candidatura al Trono, el general Prim fue villanamente asesinado; los partidos hostiles a la Monarquía repetían en todos tonos, y con una seguridad pasmosa, que el Rey no venía. La muerte del general Prim era acaso una señal para intentar el último esfuerzo con el fin de evitar el triunfo de la revelación. Por todas partes no se hablaba más que de conspiraciones políticas prontas a estallar. Por todas partes se hablaba de conjuraciones, de asesinatos que habían de cometerse en las personas más importantes y más ilustres de la revolución, tentativas que creían ver coronadas con un éxito seguro; y todo esto iba naturalmente precedido de grandes y de insinuantes temores. Sólo los que en aquella aciaga noche estábamos en la estancia de nuestro querido amigo, viéndole más cerca de la muerte que de la vida, teniendo que ahogar, en cuanto era posible, nuestro dolor para recordarnos la misión que nos estaba encomendada de hacer frente a las consecuencias que una desgracia tan inesperada podía ocasionar en tan críticos momentos, para proveer a lo necesario, para que ya que perdíamos al amigo no perdiéramos también la Patria, sabemos bien las angustias que pasamos, los temores que nos asaltaron, y los muchos peligros de que por todas partes nos veíamos rodeados. Pero era necesario proveer a lo más urgente. El señor Presidente del Consejo de Ministros habla de ir a recibir al Rey. Era necesario reemplazarle: era preciso reconstituir el Gobierno; y el señor general Topete, que con noble franqueza había sostenido aquí una candidatura al Trono de Espada, pero que con igual patriotismo había proclamado siempre que se someterla a la voluntad soberana de las Cortes Constituyentes, fue investido por el Regente de la Nación con la Presidencia del Consejo de Ministros, que él aceptó en vista de los graves peligros que por todas partes nos rodeaban. Partió el general Topete á Cartagena, quedando yo en aquellos críticos momentos encargado de la Presidencia del Consejo de Ministros. El Rey desembarcó, hizo su viaje, entró en Madrid, prestó su juramento, y haciendo uso de su regia prerrogativa, nombró su primer Ministerio. El Regente del Reino, que hasta entonces habla desempeñado el alto cargo de Jefe del Estado, pasó a ocupar un modesto sitio en el banco ministerial, sin que hubiera en aquel momento un solo español que no creyera patriótica y salvadora semejante solución.

Aun así y todo, aun en aquellos solemnes momentos se sentía el soplo de la desconfianza. Cuando el partido progresista se creía muerto; cuando se le creía descompuesto por la pérdida de su jefe; cuando se le creía expuesto a ser absorbido por los demás partidos, se hacía nacer al calor de estos temores la desconfianza, se hacían correr los rumores más absurdos, se pretendía infiltrar en el ánimo de nuestros amigos los más absurdos recelos, interpretando mal la abnegación del general Topete, interpretando calumniosamente la abnegación y el patriotismo del ilustre Duque de la Torre.

 ¿Por qué, señores, en aquellas circunstancias, para qué en aquellos solemnes momentos se inspiraba desconfianza, se trataba de despertar recelos, se quería fomentar enconos? ¿Para qué y por qué? ¡Ah, señores! Parte era esto del plan que de antemano venía desarrollándose, y que produjo después la ruptura de la conciliación, y por fin, también la división del partido progresista.

Pero aquel Ministerio, señores, no sólo desmintió con su conducta los peligros que se suponía encerraba en sus entrañas, sino que también conjuró los peligros reales que por todas partes nos amenazaban: el partido progresista siguió ejerciendo en los asuntos del Estado la influencia que hasta entonces; las elecciones se verificaron como nadie podía esperar; los Cuerpos Colegisladores se reunieron; las clases conservadoras empezaban a adquirir confianza en la nueva situación; las clases indiferentes empezaban a simpatizar con las nuevas instituciones; nuestros pacíficos triunfos eran aplaudidos en el extranjero; los partidos extremos empezaban a deponer su actitud alarmante, dejando el terreno de las armas para seguir por el de la propaganda pacífica; nuestro crédito público marchaba en alza; y en una palabra, aquel Ministerio pudo entregar al que le sucedió la paz asegurada, los partidos extremos impotentes, el crédito público en auge, los altos poderes del Estado funcionando cada cual en su esfera propia, las instituciones fundamentales del país afianzadas en cuanto podían estarlo en tan breve espacio de tiempo; y todo esto, Sres. Diputados, conseguido en siete meses; y todo esto tratándose de una dinastía nueva; y todo esto en la época en que más exageración habían tomado las doctrinas de los partidos extremos; y todo esto cuando al poner el Rey el pie en tierra encontró cadáver al caudillo de la revolución, al que más parte había tenido en la candidatura regia, al que creía su más seguro apoyo; y todo, Sres. Diputados, se hizo sin derramar una lágrima, sin derramar una gota de sangre, sin la más pequeña violencia, siguiendo el curso tranquilo de la revolución. ¿Conocéis, Sres. Diputados, una cosa semejante en ningun período de la historia?

Sin embargo, aquel Ministerio que en tan poco espacio de tiempo habla conseguido sin ruido tan extraordinarios resultados, aquel Ministerio se decía que era impotente, aquel Ministerio no podía hacer nada, aquel Ministerio no podía marchar más que a la reacción; y como esto era para algunos axiomático, fue necesario que aquel Ministerio desapareciera, y para ello fue preciso romper la conciliación. La conciliación se rompió, y tras la ruptura de la conciliación han venido los males que todos estamos sintiendo, los males que todos estamos lamentando. Que no se atribuyan, pues, las dificultades que estamos atravesando a lo que el Sr. Castelar las atribuía; como tampoco pueden atribuirse al que en este momento tiene la honra de dirigir la palabra al Congreso, al que se las han atribuido algunos de los oradores que han tomado parte en la discusión, suponiéndole autor de la división de nuestro partido; aunque eso no hubiera sido bastante para evitar nuestros males; pues aun cuando el partido no se hubiera dividido, no se hubieran evitado los males que traía irremisiblemente la ruptura de la conciliación.

Pero tampoco es cierto que yo haya tenido la culpa de la división del partido progresista; esto es completamente falso. Aparte de que la cuestión de Presidencia fue un accidente de un plan que venía preparándose y que venía desarrollándose, más que con habilidad, con [814] astucia, yo no tuve la culpa de lo que entonces sucedió; y para probar la certeza de esto, me dirijo a mi antiguo correligionario y amigo el Sr. Pasarón y Lastra, que estuvo en todas las reuniones que con este motivo tuvieron lugar. Cuando yo vi que la cuestión de la Presidencia era una dificultad, pero una dificultad creada a mi pesar, no quise que mis compañeros sostuvieran mi candidatura. Mi candidatura fue presentada por mis amigos de Madrid mientras yo estaba fuera, y sin conocimiento mío, y lo fue con el consentimiento del Gobierno, hasta el punto de que uno de sus individuos, uno de sus miembros me dijo que si no quería entrar a formar parte del Ministerio, puesto que me estaba reservada la cartera de Estado, era necesario que yo fuera al sillón presidencial y yo le dije:" Me es imposible ahora formar parte del Ministerio: no me conviene estar en el sillón presidencial, porque aparte de que es conveniente para mi salud el descanso, necesito también, a fin de defenderme de los cargos que se me han hecho como hombre de Gobierno, estar una temporada como Diputado, completamente libre para decir en mi defensa lo que juzgue conveniente." Aquel Ministro me dijo: " Pues no hay remedio; o forma Vd. parte del Gobierno, o tiene que ir al sillón presidencial." " Yo haré entonces, repliqué, menos entrar en el Ministerio, todo lo que mi partido quiera."

La víspera de la cuestión tenida aquí en una conferencia particular por los progresistas y los demócratas, vine yo a Madrid, y me dijeron mis amigos que había surgido una dificultad, puesto que el Gobierno a última hora pensaba elevar a la Presidencia al Sr. Rivero. Yo los dije que esa no era dificultad, puesto que yo estaba dispuesto a no ir al sillón presidencial; pero mis amigos se creyeron ofendidos: y aquí debo hacer justicia a mis amigos los progresistas, que entonces lo eran todos, porque la verdad es que mientras no surgió aquella dificultad provocada por el Gobierno, no hubo ni un solo progresista que no pensara que el candidato a la Presidencia era yo, y que no estuviera dispuesto a votarme. Pues yo, que no quería crear dificultades al Gobierno, porque sabía que sin creárselas él las tenía superabundantes, yo les dijo a mis amigos: " No piensen Vds. en modo ninguno en nombrarme para la Presidencia." Hubo, sin embargo, una segunda junta, y en ella se trató de esta cuestión; pero mis amigos, que ya habían consentido en votarme, y que hablan publicado ¡ni nombre con la aquiescencia del Gobierno, sin que el Gobierno, al cual veían todos los días, les dijera nada un contrario, se creyeron humillados de que a última hora mi nombre desapareciera como si se tratara de una persona que fuese extraña al partido. Quisieron, pues, defender en esa junta mi candidatura, y yo me levanté para decir: " Puesto que los nombres del Sr. Rivero y tal son un obstáculo, un inconveniente para que la mayoría se entienda, no cuenten los Sres. Diputados con mi nombre, y yo suplico al Sr. Rivero que, para que no haya humillación para nadie, aconseje a sus amigos que no cuenten con el suyo." Mis amigos se avinieron a esto; pero no hubieron de conseguir nada, porque no desapareció el nombre del Sr. Rivero. Primera transacción que yo propuse. Viendo que esto no tenía lugar, todavía propuso otra transacción, que es: puesto que eso producía disidencias en la mayoría, ésta acordara en una votación particular aquella noche cuál de los dos candidatos se habla de elegir, y que aquel que tuviera un solo voto más en la votación, aquel fuera votado por todos. Tampoco se quiso aceptar esta transacción.

Votáronme en efecto; ¿y qué? ¿era una cuestión política la que se resolvió en aquel momento? No; antes de la votación y después de la votación, yo dije a mis amigos del Gobierno:" Continúen Vds. ahí; yo voy a la presidencia para ayudar a Vds. hasta donde mis fuerzas alcancen; aquí no hay cuestión política ninguna." Pero no bastó mi ruego; mis amigos dejaron el Ministerio; fui llamado por el Rey, para aconsejarle como Presidente de la Cámara, y mi primer consejo fue decirle lo siguiente: aquí no hay motivo político para que el Sr. Ruiz Zorrilla abandone el poder; mi opinión es que V. M. insista en que el Sr. Ruiz Zorrilla continúe en él, asegurándole mi apoyo y el de todos mis amigos. No aceptó el Sr. Ruiz Zorrilla; y queriendo dar todavía más pruebas de abnegación hacia aquel Ministerio, ya que no aceptaba el Sr. Ruiz Zorrilla, yo aconsejó a S. M. que se llamara a uno de los individuos más autorizados de aquel Gabinete, al general Córdova, para que lo continuara, nombrando Ministro de Gobernación otro individuo del mismo partido que sustituyera al Sr. Ruiz Zorrilla. Tampoco se quiso aceptar esta solución; y entonces, en mi anhelo por que el partido progresista no se dividiera, yo aconsejé a S. M. que llamara al Duque de la Victoria, que por su posición, por el respeto que todos le tenemos, por el cariño que todos le profesamos, creía yo que podía servir de lazo a aquella disidencia que habla empezado a dibujarse, no precisamente por la cuestión de la Presidencia, sino por la terquedad de querer dar a esta cuestión un carácter político y de imponerse a la mayoría.

No fue posible esa solución; y todavía fui más allá; yo aconsejé entonces a S. M. el Rey que llamara al general Malcampo, y yo le dije al general Malcampo que la manera de concluir en su origen con aquella división consistía en que formara un Ministerio de individuos del Gabinete anterior, juntamente con otras personas que en la votación de la Presidencia hablan estado separados. El general Malcampo salió con el mejor deseo de conciliación, y fue a hablar a algunos de los Ministros del Gabinete Ruiz Zorrilla, y todos se lo negaron. ¿Qué remedio habla? Pues yo todavía indiqué un [815] remedio, que fa¿ el de formar un Ministerio de hombres que exclusivamente viniesen de la procedencia progresista, porque yo creía contar con la seguridad que en aquellas reuniones confidenciales se nos había dado por muchos progresistas, de que si salía del Ministerio el Sr. Ruiz Zorrilla por la cuestión de la Presidencia, ellos estaban dispuestos a apoyar al Ministerio que le reemplazara, si era compuesto de hombres de procedencia Progresista.

Yo, pues, me dije: pues no hay nada perdido; puesto que esos señores no quieren formar parte del Ministerio, lo cual sería lo mejor, vamos a formar un Ministerio de hombres de procedencia progresista, porque entonces está resuelta la cuestión, si es que han de cumplir su palabra las personas que la han dado. Se formó el Ministerio progresista; ¿y qué sucedió? Pues sin esperar a sus actos le combatieron aquellos mismos hombres que ofrecían que si el Sr. Ruiz Zorrilla se iba, ellos apoyarían a un Gobierno progresista que le reemplazase. Todavía esperé con calma los sucesos; todavía no me hice cargo de aquella oposición, que era opuesta a lo que nosotros debíamos esperar; y cuando algún tiempo después yo fui honrado por el Rey para formar Ministerio, ¿qué fue entonces lo primero que hice? Acordarme de lo que me había dicho mi amigo el Sr. Ruiz Zorrilla, de que no sólo apoyaría a un Ministerio progresista, sino que apoyarla un Ministerio que yo presidiese o del cual yo formara parte; así que, al verme honrado con la Presidencia del Consejo, me faltó tiempo para ir a su casa y decirle:" Tengo encargo de formar Ministerio, y vengo a que le formemos los dos."

¿Se puede hacer más, Sres. Diputados, para la unión de un partido? ¿Y se puede haber hecho más por otros para su desunión? No; no se me atribuya a mí la división del partido; no se me haga responsable de males que no sólo no he producido, sino que he hecho cuanto me ha sido posible para evitar.

Señores, porque esta evolución política porque la ruptura de la conciliación haya traído la necesidad de que los 191 que votaron la candidatura del Monarca, unos se encuentran en la oposición y otros en el campo ministerial, el Sr. Castelar quería traer a cuento las palabras de un poeta célebre, de que la naturaleza puso la ingratitud en el corazón de los Reyes. ¿Y qué tiene que ver el corazón de los Reyes con las pequeñas pasiones que aquí nos dominan? ¿Y qué tiene que ver el corazón de los Reyes con la impaciencia que produce estas escisiones, y el encono con que se sostienen? No; no es la ingratitud de los Reyes lo que hay aquí que buscar, sino nuestro poco patriotismo, que siempre es insuficiente para conseguir que olvidemos cuestiones mezquinas de partido con perjuicio de los intereses de la Patria. Seamos cautos, seamos prudentes, seamos verdaderamente patriotas, y verá el Sr. Castelar cómo no tienen nada que ver nuestras rectas intenciones con eso que su señoría llama la ingratitud de los Reyes.

Pero el Sr. Castelar, con la manía de dirigir sus tiros por cima del Ministerio, a donde no podía ni debía dirigirlos, porque lo veda el respeto á la Constitución y consideraciones de justicia; el Sr. Castelar achacaba a la manía de realizar aquí nosotros la Monarquía, grandes desastres internacionales, más tristes que los de la sangre y el incendio; la enemiga perpetua de dos grandes Naciones.

Ya el Sr. Castelar se ocupó de este punto otra vez, y ya entonces tuve el honor de contestar a S. S.; y me extraña que haya vuelto a hacer este argumento, porque S. S., que es español, no debe atribuir a España ni al Gobierno que la representa, grandes catástrofes, en que las Naciones que más han perdido en ellas reconocen que España no ha tenido parte. Ya sabe el Sr. Castelar que le dije que la Francia había reconocido que España no habla tenido que ver en aquella guerra, y que España había hecho todo lo posible para evitarla; pero que la guerra era necesaria decía Francia antes que ésta comenzara, porque Prusia la habla hecho inevitable.

Y cuando los extranjeros, cuando sobre todo aquellos que más se han lamentado de esa gran catástrofe, sal van a España y a su Gobierno de toda responsabilidad, el español Sr. Castelar se empeña en que el Gobierno de nuestro país tiene la culpa de aquella guerra, de aquella gran catástrofe. ¡Valiente manera de entender el patriotismo y el amor a su nacionalidad!

Como he de hacerme cargo del documento en que esto está explícitamente manifestado, para otra cuestión, lo reservo para después. Y voy a continuar contestando al Sr. Castelar: concluidos los puntos que, más que al Gobierno, se referían a otras altísimas instituciones, voy a ocuparme de los cargos que al Gobierno se dirigen; no al actual, del cual el Sr. Castelar nada tiene que decir, porque por el corto tiempo que lleva, nada ha hecho por lo que S. S. pueda combatirlo; pues yo supongo que su señoría no será de los que combaten a los Gobiernos por la personalidad de los Ministros, sino por sus actos como tales Ministros. Los ataques del Sr. Castelar iban dirigidos al Ministerio anterior, y voy a ocuparme de sus actos y de su política.

Ante todo cúmpleme hacer una protesta solemne de gratitud hacia todos mis compañeros por la lealtad y hasta por el cariño con que me han ayudado en la difícil tarea que juntos emprendimos, que juntos hemos terminado, sin que la menor disidencia haya venido a turbar por un momento nuestra mutua confianza, sin que los alevosos ataques de que hemos sido objeto hayan conseguido otra cosa que estrechar más y más los lazos de amistad que nos profesamos, y que no serán bastantes a romper los azares de la política ni las vicisitudes de los tiempos.

La revolución ha concluido, decía el Sr. Castelar tomando estas palabras del Sr. Ministro de Hacienda; y con este motivo decía el Sr. Castelar: la revolución ha concluido; pues ha comenzado la reacción. ¡Manera peregrina de discurrir del Sr. Castelar! Y en lo que más se conoce la reacción, añadía S. S., es en lo maltratados que están por el Gobierno los derechos individuales, particularmente en la cuestión de libertad de imprenta y en el derecho de reunión. ¿Es que ha comenzado la reacción porque está ahogada la libertad de la prensa? ¿Es que este Gobierno y el Gobierno anterior han sido reaccionarios porque la prensa no tiene libertad? ¡Señores! ¡Que la prensa no tiene hoy libertad!

Yo nada quiero decir; el país contestará al Sr. Castelar, después de leer ciertos periódicos; el país, que está escandalizado de ver los desmanes que por la prensa se cometen. Se lo pueden decir también al Sr. Castelar ciertos periodistas indignos que están deshonrando la prensa, convertidos en expendedores y mercaderes de la calumnia y de la difamación, y que son una vergüenza para nuestro país, y el oprobio de la prensa misma. Y es tanto más repugnante semejante conducta, cuanto que no pueden invocar para justificarla ni aun el mérito del valor, puesto que pueden llevar adelante su innoble tarea con toda impunidad [816].

No es así, Sr. Castelar, no es diciendo que la prensa no es libre, no es diciendo que la prensa no tiene deberes, como la prensa se enaltece, ni se enaltece a los que se dedican a esa honrosa tarea; no. Es, por el contrario, diciendo con verdad sus extravíos y advirtiéndola de sus errores, es aconsejándola que no se haga instrumento de ese desenfreno social de que vienen siendo víctimas todos los ciudadanos.

Decía el Sr. Castelar: es que yo quiero la impunidad de la prensa. Yo no la quiero, porque una de dos, o por medio de la prensa se pueden cometer delitos o no. ¿Habrá alguien que sostenga que por medio de la prensa no pueden cometerse delitos? Pues los que castigan las leyes no son los que antes se llamaban delitos de imprenta; son los delitos que por medio de la prensa se pueden cometer, abusando del instrumento de mayor progreso, de mayor civilización; y si es así, no se puede dejar la impunidad para esa clase de delitos, como no se puedo dejar para ninguna clase de delitos, no sólo en bien de la sociedad, sino en bien de la misma prensa.

¿Qué se ha hecho con la prensa? Los Ministros revolucionarios que alguien dijo no habíamos hecho nada, lo primero que hicimos como Gobierno provisional fue quitar las trabas a la prensa, y el primer decreto que hay sobre este punto es uno que di siendo Ministro de la Gobernación del Gobierno provisional, y que por cierto fue muy aplaudido entonces por toda la prensa. Y claro está que mientras no se estableciese el Jurado para ese y para otras clases de delitos, no hay remedio, los delitos que se cometan por medio del instrumento prensa, como los que se cometan por medio del camino de hierro y del telégrafo, quedan sometidos al Código penal, a la ley común. ¿Es mala la ley común? Pues pida S. S. la reforma. Pero ¿es buena? Pues no hay más remedio que cumplirla; porque el peor de los males, es la falta de cumplimiento de las leyes. ¿Y qué sucede con la prensa? ¿Es que el Gobierno hace algo contra ella? Absolutamente nada. Desde el momento que están bajo la jurisdicción del Código penal los delitos que por la prensa se cometan, el Gobierno no tiene nada que hacer, ni siquiera tiene conocimiento de los delitos de esta especie que los tribunales persiguen, como no tiene conocimiento de los demás delitos que ocupan a los tribunales.

¿Y qué resulta, sin embargo, de todo esto? ¿Qué resulta de las lamentaciones del Sr. Castelar hacia la prensa? ¿Qué resulta de creer S. S. que estando sometida a la ley común, al Código penal, está sometida a la ley más dura de cuantas leyes pudieran hacerse? Pues no resulta nada, Sr. Castelar; resulta la impunidad absoluta de la imprenta, y se lo voy a demostrar a su señoría.

Tal como es el Código penal, como no es una ley especial de imprenta, como no se hizo especialmente para la imprenta, se trata en él única y exclusivamente de delitos en general que por la imprenta pueden cometerse. Pues un periódico publica un artículo en el cual se comete un delito, sea el que quiera, porque además de la injuria y la calumnia, se pueden cometer otros delitos por medio de la imprenta; se puede faltar a las leyes, se puede comprometer la seguridad del Estado y el orden público, y se pueden cometer otra porción de contravenciones legales. Pues bien; un periódico publica un artículo; en él se comete un delito; como la ley busca al autor, el juez, los tribunales, buscan también, y resulta que el autor suele ser un preso que está en la cárcel por delitos anteriores. Alguno hay que estaba ya en la cárcel, condenado á veinte años de presidio, y dispuesto a emprender el viaje para cumplir su condena por ser ya su sentencia ejecutoria; se declara, digo, ese presidiario autor del artículo, se le forma una nueva causa y continúa en la cárcel. Desde entonces, ese individuo está investido y revestido de todas las condiciones para escribir todos los artículos de aquel periódico; se van acumulando las causas, y de este modo no sólo se consigue que no se le castigue, sino que se impide que sufra la pena que por otra clase de delitos le estaba impuesta. ¿Comprende el Sr. Castelar una impunidad mayor? Pues si no la comprendía S. S., ¿por qué viene aquí haciendo grandes lamentaciones y afectando grandes dolores por la persecución que sufren los periodistas? ¿Por qué viene aquí haciendo grandes lamentaciones y afectando grandes dolores por la persecución horrible a que está sujeta la imprenta? ¿Pues no sabe el Sr. Castelar que hay periódico que viene cometiendo todos los días delitos atroces, que los habrá cometido hoy, que los cometió ayer, que los cometió anteayer, que los cometerá mañana, y que sin embargo está gozando de completa impunidad? ¿Es eso serio? ¿Y es eso todo el cargo que el Sr. Castelar tiene que hacer al Gobierno anterior? ¿Y es así como prueba S. S. que hemos entrado en la reacción? ¿Y es así como S. S. quiere demostrar al país que el Gobierno anterior y el Gobierno actual, que sigue su política, son reaccionarios? ¡Ah! el país se reirá de S. S. después de leer ciertos periódicos.

Algo hay que hacer, Sr. Castelar, pero es para lo contrario que S. S. desea; es para evitar el escándalo que se está dando; es para evitar la burla que se hace de la justicia; es, en una palabra, para salvar los altos intereses del Estado, expuestos todos los días a los ultrajes de un periodista deslenguado. Por lo demás, señor Castelar, yo deseo que S. S., tan liberal como es, haga cuando sea Gobierno, si alguna vez lo es, que Dios quiera que no lo sea nunca y eso que yo quiera mucho a S. S. y le admiro más, haga personalmente tanto como yo he hecho por la imprenta. Yo no he perseguido ningun periódico, y apenas habrá habido un hombre público más calumniado y más ultrajado que yo por la prensa en este sentido: no digo yo más criticado, porque ese es el deber de la prensa, y compensado está con las alabanzas inmerecidas que en otras ocasiones y en otros periódicos se me han tributado; pero a mí se me ha atacado, no ya como hombre político, no ya como hombre de gobierno, para lo cual está la prensa en su derecho, y yo me hago cargo de sus críticas para ver si en ellas puedo aprender algo, para ver si debo perseverar o si debo apartarme del camino que motiva sus censuras; a mí se me ha atacado tratando de rebajarme y de deshonrarme, y sin embargo, yo he creído que no debía hacer caso de eso; hasta ahí llevo yo el respeto a la prensa; y si algunos periódicos, metiéndose en esferas prohibidas, dicen cosas que me puedan lastimar, dejo a otros periódicos el cuidado de desmentirles si lo tienen por conveniente, y si no, tampoco les digo nada. Es posible que el Sr. Castelar no fuera capaz de hacer otro tanto, con todo su amor a la libertad.

Yo no pensaba hablar de la cuestión de la prensa; yo traía aquí unos sueltos y unos artículos, y sin más que leerlos pensaba contestar al Sr. Castelar; pero me he distraído, he contestado ya, y no quiero leerlos, porque son tan repugnantes, que harían daño al buen sentido de la Cámara.

Siguiendo en la manifestación de los atropellos llevados [817] a cabo por el anterior Gobierno, vino a parar el Sr. Castelar al derecho de reunión. En este punto, decía el Sr. Castelar, es donde más se ha observado la tendencia reaccionaria de la situación; y para hacerle ver, quería demostrar a la Cámara que el Gobierno había perseguido a la Internacional.

Pues si es por esto por lo que el Gobierno ha cohibido el derecho de reunión, tampoco el Sr. Castelar tiene razón. El Gobierno ha perseguido a la Internacional cumpliendo con su deber, cumpliendo con las leyes. Una vez que las Cortes acordaron que la Constitución en su espíritu y en su letra dejaba fuera de sus disposiciones a la Internacional y la llevaba al Código penal, no hubiera cumplido con su deber si no persiguiera a la Internacional allí donde la encontrara: eso es lo que ha hecho el Gobierno: cumplir con su deber, que es castigar por medio de los tribunales a la Sociedad Internacional, que está considerada como ilegítima y como ilegal por las declaraciones que hicieron las Cortes, y que no habla necesidad de que hicieran, pero que para mayor confirmación del precepto constitucional, lo declararon así. Y el Sr. Castelar, sin embargo, llamaba rebeldes y facciosos a los gobernadores que ayudaban a los tribunales en la persecución de la Internacional, cumpliendo con la ley; y para dar fuerza a su acusación, aplicaba el adjetivo integérrimo al magistrado que se interpuso, según S. S., entre la Internacional para defenderla, y los gobernadores rebeldes que la querían castigar. Pues los que estaban en su derecho, los que cumplían con su deber, eran esos gobernadores; y el que no estaba en su derecho era ese magistrado, a pesar del adjetivo con que el Sr. Castelar le ha calificado: y el Gobierno no cometió escándalo ninguno con la separación de ese funcionario, que en el hecho de serlo del ministerio fiscal, era exclusivamente dependiente del Gobierno, y amovible a su voluntad; funcionario que, dicho sea de paso, no sé cómo ha de salvar, a pesar del calificativo que le aplicó el Sr. Castelar, la distancia que hay entre la legislación de Narváez, que él aplaudió en otro tiempo y que quiso llevar al partido progresista a que aplaudiera, y la Internacional que ahora defiende: ¡si se figuraría ese ciudadano que Narváez nos iba a traer aquí la Internacional!

Pero dice el Sr. Castelar: después del escándalo producido por el Gobierno en el interior, no contento con el escándalo que habla producido en España persiguiendo a la Internacional, quiso también producir un escándalo en el exterior por medio de una circular del Ministro de Estado.

También en esto padece el Sr. Castelar una gravísima equivocación: el Ministro de Estado español no tomó la iniciativa en este asunto; la tomó otro Ministro de Estado de otro país, que el Sr. Castelar conoce mucho, que S. S. estima mucho, a quien S. S. aplaude mucho, y que es correligionario de S. S.: las críticas que el señor Castelar dirigía en son de sátira al Ministro de Estado español, derechas iban a su íntimo e ilustre amigo Mr. Jales Favre, que fue quien tomó la iniciativa en esta cuestión: si el Sr. Castelar hubiera sabido esto, no hubiera hecho esas críticas, porque a S. S. le importa mucho no rebajar a un Ministro extranjero, pero no le importa nada rebajar a un Ministro español.

El Ministro de Estado español no hizo más que responder a la circular de Mr. Jales Favre; respuesta que se dirigió a todas las Potencias, diciéndole cómo el Gobierno español consideraba la cuestión de la Internacional y los medios con que creía poder atajarla, y manifestando el deseo de que una Potencia de primer orden se encargara de las negociaciones, para ver si se adoptaba un legislación común que hiciera comunes todos los esfuerzos para castigar los delitos comunes que pudiera cometer la Internacional.

Eso es lo que hizo el Gobierno español; y lejos de haber recibido reproches de las Potencias, obtuvo el resultado contrario, Sr. Castelar, que para que S. S. no acierte en nada, hasta en esto está S.S. equivocado. Y aquí tengo, para satisfacción de S. S., porque como español tendrá una satisfacción en que España sea tratada en todos los países con toda la consideración y el respeto que España se merece, y que los Ministros de Estado españoles han sabido sostener; aquí tengo las contestaciones de las Potencias.

Aquí está la contestación de Italia, sumamente satisfactoria para nosotros, haciendo suyas las observaciones del Ministro de Estado español, y prometiendo ponerse de acuerdo con el Gobierno, como todos los demás; aquí está la contestación de Constantinopla. (Risas en la izquierda.) Ya llegaremos a las demás Naciones; sino que voy leyendo las contestaciones por el orden en que llegaron. Está, digo, la contestación de Turquía, en que dice que " con arreglo a las capitulaciones, tiene derecho España a hacerse entregar cualquier súbdito español que haya delinquido en nuestro país." Aquí está la contestación de San Petersburgo, en que dice que " a juicio del Príncipe de Gortschakoff, es indispensable que se formulen de un modo práctico y concreto los propósitos del Gobierno español, con el fin de realizar un tratado colectivo de extradición, para lo cual podíamos contar desde luego con toda su cooperación, por aceptar el Gobierno ruso el fondo y la forma de la nota del Gobierno español"

Aquí está la contestación de Austria, en la cual el Conde de Andrasi dice al representante de S. M. en Viena que " se ocupa en buscar la fórmula práctica para modificar en el sentido propuesto por el Ministro de Estado de España, con cuya nota está en un todo conforme, los tratados de extradición."

Aquí la de Suecia, que dice " que no tiene inconveniente en negociar un tratado de extradición, estando dispuesto, en lo que se refiere a la Internacional, a discutir y aceptar las bases que se formulen dentro de la nota del Ministro de España."

Está la de Dinamarca, en la cual se consigna que " el Ministro del Exterior estudia detenidamente la cuestión, y con igual interés que el Gobierno español, con el fin de llegar a un resultado práctico y satisfactorio."

Está la de Francia, cuyo embajador en Madrid dice al Gobierno que la República cooperaría para poner en práctica la medidas que se indicaban en la circular, proponiendo además el Marqués de Bouillé completar el tratado de extradición con Francia con un artículo adicional que comprenda los delitos enumerados en la ley contra la Internacional, aprobada por la Asamblea francesa.

En la nota de Alemania se dice "que el Gobierno de S. M. puedo desde luego formular su pensamiento sobre los medios de perseguir a los individuos de la Internacional, adicionando con este objeto el proyecto de tratado de extradición entre ambas Naciones, y ofreciendo además tomar la iniciativa para que la fórmula que se adopte sea circulada, y si es posible, aceptada por los Gobiernos de otros países."

Por último, el Gobierno de Bélgica manifiesta " que ha nombrado una comisión especial con el fin de que [818] proponga los medios especiales que puedan contribuir a detener el progreso de la Internacional."

Debo añadir, finalmente, que los representantes de otros países, en sus conferencias con el Ministro de Estado manifestaron su conformidad con la circular y su deseo de llegar a formular un medio práctico para realizar el pensamiento de la misma, que aceptaban en nombre de sus Gobiernos.

Todas las Naciones han contestado, inclusa Inglaterra, pues también el Sr. Castelar se equivocaba grandemente cuando suponía que Lord Grandville había dado una lección a palmetazos a los Ministros de la Gobernación y de Estado españoles con motivo de la circular. El Sr. Castelar está equivocado; y aun cuando no lo estuviera, aun cuando eso fuera verdad, no debieran haber salido esas palabras de sus labios. Pero es que lo que ha dicho el Sr. Castelar no es cierto. Lord Grandville ha contestado cortésmente al Ministro de Estado español, diciéndole que por ahora, dadas las condiciones de la Internacional en aquel país; dado, sobre todo, el estado del espíritu público en Inglaterra, que no deja vivir a la Internacional, porque no hay ciudadano inglés que no se haya presentado al Gobierno para pedir un puesto de constable para el caso en que la Internacional, quisiera hacer algo contra las leyes, cree que no se necesitan medidas extraordinarias contra la Internacional mientras que esta sociedad no se salga de las leyes o no ofenda a la moral pública. Pero además S. S. debe saber que porque no ha contestado Lord Grandville adhiriéndose por completo a la circular del Gobierno español; porque no ha procedido en el acto contra la Internacional, se le han dirigido interpelaciones en la Cámara, y se le han hecho grandes cargos. Y en último resultado, no se esperaba tampoco otra contestación de un país que no tiene tratados de extradición con nadie.

Pero sea de esto lo que quiera, si todas las Naciones contestan adhiriéndose a la circular y acogiendo como bueno el pensamiento, no tiene una gran importancia el que Lord Grandville no lo haya hecho. Yo creo que a pesar de que es Lord y descendiente de los normandos, cosa que a S. S. parece que le importa mucho, para deducir de ella la razón que pueda tener, mientras que a mí, que no soy demócrata, a mí, que no soy republicano, no me importa nada, porque yo considero a cada cual hijo de sus obras y no de las obras de los demás, yo creo, digo, que a pesar de todos sus pergaminos, de toda esa ascendencia de que S. S. hacía mérito para poner en ridículo al Ministro de Estado español, puede Lord Grandville no tener razón, como me parece que no la tiene. El Sr. Castelar se ríe, y sin duda se rió S. S. porque Lord Grandville es inglés y yo soy español.

Pero no sólo creo yo que no ha tenido razón Lord Grandville, sino que también lo creen muchos ingleses y muchos ciudadanos que están pidiendo al Gobierno que tome medidas contra la Internacional, y que al ver que el Gobierno no las toma, las toman ellos mismos, basta el punto de que se ha repetido más de una vez, y más de dos, y más de cinco, en Inglaterra, aquella escena que tuvo lugar aquí con la sociedad la Internacional el día 2 de Mayo, que tanto dio que decir a S. S.; y yo creo que Lord Grandville no tiene razón, ni la tiene el Gobierno inglés, que está dando lugar, por no tomar ciertas medidas, a que las tomen por sus propias manos los ciudadanos Ingleses, disolviendo como han disuelto las reuniones de la Internacional a garrotazos, con las consecuencias que traen esas disoluciones brutales.

Pero S. S., en su afán de demostrar que el Gobierno era reaccionario porque perseguía a la Internacional, casi la creía exenta de toda falta, y después de decirnos que esa asociación había tenido poco que ver con la Commune de París, nos hizo una pintura de la Commune, que yo casi sentía no tener la honra de haber sido uno de sus miembros; porque nos la describió de tal modo, que parecía una verdadera institución benéfica. Pero yo no quiero contestar a S. S.: me parece que será mejor que le conteste su amigo y correligionario Mr. Jules Favre, que a estas circunstancias reúne la de ser un hombre político de quien tantas y tan justas alabanzas ha hecho S. S. en este sitio. Él va a decir a S. S., y debe saberlo mejor que yo, porque sufrió las consecuencias de la Commune; él va a decir a S. S. lo que ha sido la Comunne de París, y además le va a decir a S. S. la participación que ha tenido la Internacional en la Commune de París, participación que S. S. se empeñaba en negar, como se empeña siempre en hacerlo cuando se trata de cosas que no le conviene afirmar.

Oiga S. S., y yo supongo que oirá con gusto a su querido amigo e ilustre correligionario Mr. Jales Favre; porque no es el Gobierno español el que habla. Suplico a los señores taquígrafos se sirvan tomar lo que voy a leer, porque está en francés y tengo que ir traduciéndolo:

" La rebelión (decía Mr. Jules Favre en la circular que dirigió a los representantes de Francia en el extranjero acerca de la Internacional, tomando la iniciativa que S. S. atribuye al Gobierno español, y por la cual le ha dirigido S. S. un reproche que yo traslado por completo a su amigo Mr. Jules Favre), la rebelión, perseguida sin descanso, ha sucumbido en sus últimas trincheras. Pero ¿a qué precio? ¡gran Dios! El historiador no lo podrá contar sin espanto: la pluma se le caerá muchas veces de la mano cuando tenga que trazar las asquerosas y sangrientas escenas de esta lamentable tragedia, desde el asesino de los generales Lecomte y Cloment Thomas, y los incendios preparados para abrasar todo París, hasta la memorable y cobarde matanza de las santas víctimas fusiladas en sus prisiones."

Vea S. S. la sociedad benéfica que defiende.

Sin embargo, la indignación y el asco no pueden detener a los hombres políticos en el cumplimiento del deber de investigar la causa de tan extraordinarios crímenes. No es bastante aborrecerlos y castigarlos; es necesario investigar su germen y extirparle.

Un pequeño grupo de sectarios políticos que había intentado, por fortuna en vano, desde el 4 de Septiembre aprovecharse de la confusión para apoderarse del mando, y desde entonces no ha cesado de conspirar, representando la dictadura de la violencia, el odio a toda superioridad, la rapiña y la venganza, fueron en la prensa, en las reuniones y en la Guardia Nacional, audaces obreros de la calumnia, de las provocaciones y de la insurrección. Vencidos el 31 de Octubre, se sirvieron de la impunidad para gloriarse de sus crímenes y para emprender su execrable tarea el 22 de Enero. Su consigna fue la Commune de París.

Con rara habilidad prepararon una organización anónima y oculta que bien pronto se esparció por la ciudad entera. En virtud de ella, el 18 de Marzo se apoderaron del movimiento, que al principio parecía no tener ningun alcance político. Las elecciones irrisorias a que procedieron, no fueron para ellos más que una máscara ; dueños de la fuerza armada, detentadores de recursos [819] inmensos en municiones, en artillería, en fusilería, no pensaron más que en reinar por el terror y en sublevar las provincias.

En varios puntos del territorio estallaron insurrecciones que por un momento animaron sus culpables esperanzas. Gracias a Dios, fueron reprimidas; sin embargo, en varios puntos los facciosos no esperaban más que el triunfo de París, porque París era el único campeón de la revuelta.

Para arrastrar a esa desgraciada población, los criminales que residían en el Hotel de Ville (esos que hicieron cosas tan insignificantes y tan buenas como su señoría nos pintaba) no retrocedieron ante ningun atentado. Llamaron en su auxilio a la infamia, a la prescripción y a la muerte, y se valieron de criminales sacados por ellos mismos de las prisiones, de desertores y de malos extranjeros. Todo lo que la Europa encierra de impuro fue por ellos convocado, y París se convirtió en el punto de reunión de todos los perversos del mundo.

Ellos (los criminales que, según Jules Favre, residían en el Hotel de Ville) han dominado en París por el terror y por el engaño. Han asociado a estos medios sus pasiones y sus crímenes; y en cuanto a ellos mismos, embriagados con su efímero poder, viviendo dominados por el vértigo y abandonados sin freno a la satisfacción de sus infames rapiñas, han realizado sus monstruosos sueños y se han abismado como héroes de teatro en la más espantosa catástrofe que pueda concebir la imaginación de un malvado.

¿Qué queda después de esto, Sr. Castelar, de la pintura que S. S. hacía, hasta cierto punto halagüeña, de la Commune de París? Pues ahora verá S. S. también lo que va a quedar de la idea emitida aquí por S. S., de que en estos excesos de la Commune de París no tiene nada que ver la Internacional. Sigue Mr. Jales Favre:

" Hé aquí, Sr. Ministro, cómo comprendo yo estos sucesos que confunden y sublevan, que parecen inexplicables cuando no se los estudia atentamente (sin duda el Sr. Castelar, como no los ha estudiado atentamente, los explica con mucha facilidad); pero prescindirla de uno de los elementos esenciales de esta lúgubre historia, si no recordase que al lado de estos jacobinos de parodia que han tenido la pretensión de establecer un sistema político, es necesario colocar a los jefes de una sociedad tristemente célebre, que se llama la Internacional, y cuya fuerza ha podido ser quizá más poderosa que la de sus cómplices, porque se apoyaba en el número, en la disciplina y en el cosmopolitismo."

Es decir que Mr. Jales Favre suponía que los abusos, que los atentados cometidos en París por la Commune fueron debidos a la Internacional, y que todos los demás no han sido más que cómplices suyos.

Y a mí me extraña que S. S. haya traído otra vez al Congreso la cuestión de la Commune y de la Internacional, cuando sabe muy bien S. S. que esta misma cuestión produjo escisión dentro de la minoría republicana, haciendo honor a los que la promovieron; y S. S., aunque no fuera más que por consideración a aquellos de sus amigos que tomaron una actitud dada, debió callarse acerca de la Commune y acerca de la Internacional. Pero ya se ve, como no tenía otros argumentos de que valerse para demostrar que nosotros habíamos atropellado los derechos individuales, y sobre todo, el derecho de reunión; para hacer más abominable la conducta del Gobierno, decía que la Internacional era una sociedad que no tenía nada de particular, y que tampoco había tenido intervención en la Commune de París.

Pues vea S. S. ahora la opinión de Mr. Jules Favre, su ilustre correligionario, acerca de la Internacional.

Dice así:

" La Internacion al es una sociedad de guerra y de odio: tiene por base el ateismo y el comunismo; por objeto la destrucción del capital y la muerte de los que le poseen; por medio, la fuerza brutal del gran número de individuos, que destruirá, que anonadará todo lo que pretenda hacerle resistencia."

Se propone después demostrar la participación que ha tenido la Internacional en los actos de la Commune: sigue un párrafo en que se consulta al Gobierno español para ver qué medidas ha podido adoptar acerca de la Internacional, y dice más adelante:

" Después de haber visto a los corifeos de la Internacional en el poder (no han estado más que en la Commune de París), ya no tendrá nadie que preguntarse lo que significan sus declaraciones pacíficas. La última palabra de su sistema no puede ser otra cosa que el espantoso despotismo de un pequeño número de jefes imponiéndose a una multitud sometida al yugo del comunismo, sufriendo todas las servidumbres, hasta la más odiosa, hasta la de la conciencia; no pudiendo contar ya ni con el hogar, ni con la tierra, ni con el ahorro, ni con la oración; siendo conducida por el terror y obligada administrativamente a arrojar de su corazón la idea de Dios y el amor de la familia."

Pues bien; un republicano, y un republicano muy querido y muy respetado por el Sr. Castelar, fue el que dio la voz de alerta respecto a la Internacional a los demás países de Europa; no el Ministro de Estado español: y en ese país republicano, a consecuencia de esas opiniones de Mr. Jules Favre y de las circulares que han mediado con algunos Gobiernos, el Gobierno francés, mejor dicho, la Asamblea francesa acaba de acordar una ley que dice así:

El Presidente de la República (ya ve el Sr. Castelar que es autoridad para S. S.) promulga la ley cuyo cuyo tenor es el siguiente:

Artículo 1.° Toda asociación internacional, bajo cualquier denominación que sea, y señaladamente bajo la de asociación internacional de trabajadores, que tenga por objeto provocar la suspensión del trabajo, la abolición del derecho, de la propiedad, de la familia, de la patria, de la religión o del libre ejercicio de los cultos, se considerará, por el solo hecho de su existencia, o de sus ramificaciones por el territorio francés, como un atentado contra la paz pública.

¡Por el solo hecho de su existencia! Hasta ahora el Gobierno español, monárquico, no ha llegado a donde ha ido el Gobierno francés, republicano.

Art. 2.° Todo francés que después de la promulgación de la presente ley se afilie o haga actos de afiliación a la asociación internacional de trabajadores, o a toda otra asociación que profese las mismas doctrinas y tenga el mismo objeto, será castigado con la prisión de tres meses a dos años y una multa de 50 a 1.000 francos. Podrá además ser privado de todos sus derechos civiles y políticos, conforme al art. 42 del Código penal, durante cinco años a lo menos y diez a lo más.

Art. 3.° La pena de prisión podrá ser de cinco años, y la multa de 1.000 francos, para todos aquellos franceses o extranjeros que hayan aceptado ningún cargo en estas asociaciones, o que hayan concurrido a su desenvolvimiento, sea recibiendo o procurando en provecho [820] suyo suscriciones, sea procurando adhesiones colectivas o individuales, sea, en fin, propagando sus doctrinas, sus estatutos o sus circulares.

Siguen otros varios artículos; pero voy a leer el cuarto, para que se vea hasta qué punto se persigue la Internacional en un país que vive hoy bajo la forma republicana. Dice así:

Art. 4.º Serán castigados con la pena de un año a seis meses de prisión, y una multa de 50 a 500 francos, los que hayan prestado o alquilado local para una o varias reuniones de una parte o sección cualquiera de las asociaciones mencionadas anteriormente, sin perjuicio de las penas más graves que les sean aplicables, de conformidad al Código penal, por los crímenes o delitos de toda clase de que hayan podido hacerse culpables, sea copio autores principales, sea como cómplices por los actos de que se ha hecho mención en la presente ley.

La fecha es de 14 de Marzo de 1872.

El Gobierno anterior, cumpliendo con el acuerdo de las Cortes, pensó traer una ley por este estilo; no la trajo porque no ha tenido ocasión para ello; pero el Gobierno actual puede contar con el apoyo de toda la mayoría, y estoy seguro que con parte también de las oposiciones, si trae una ley semejante, que buena falta hace en este país. Pero el Sr. Castelar dice: mientras el Gobierno español perseguía la Internacional (como si el Gobierno español al perseguir la Internacional cometiera algún delito), dejaba que se profirieran agravios contra la Nación española, sin que el Gobierno, que debe procurar por el nombre y la dignidad de la Nación, reclamara contra esos agravios. Tampoco S. S. en eso tiene razón; porque persiguiendo y no persiguiendo el Gobierno a la Internacional, no ha permitido que ningún poder de la tierra agravio al pueblo español sin pedir la inmediata y justa reparación. Y para que vea S. S. cómo es cierto lo que yo digo, puesto que S. S. ha leído un libro, o si no ha leído un libro se ha referido a un libro publicado por el Sr. Duque de Gramont, en que cuenta cosas que, según S. S., no honran a España, yo le voy a decir a S. S. lo que el Duque de Gramont, como Ministro de Negocios extranjeros en Francia, hizo con el Gobierno español, diga lo que quiera después en ese libro. El Duque de Gramont hizo en el Parlamento francés algunas declaraciones importantes y que favorecían mucho al Gobierno español en aquellos momentos tristes, anteriores a la guerra de Francia con Prusia; pero el Gobierno español extrañó que en una circular que dirigiera por entonces, y después de pronunciar esas palabras benévolas y honrosas para España en el Parlamento, dijera en una circular algo que no estaba en conformidad con aquellas palabras, y de que podía lastimarse el Gobierno español; y entonces el Gobierno español le pidió explicación de esas palabras, y se la pidió en los términos que va a oír el Congreso; porque aunque parezca pesado a los Sres. Diputados, es necesario que en las cuestiones que se refieren a la honra y al decoro de la Nación quedemos todos en el lugar que nos corresponde; porque antes que hombres de partido, hemos de ser y somos seguramente todos buenos españoles.

" Seguro (le decía el Ministro de Estado español, que entonces tenía la honra de serlo yo, aunque S. S. no se acuerde nunca más que de que he sido Ministro de la Gobernación), seguro de que la exposición de la verdad era la mejor defensa de su conducta, el Gobierno español manifestó terminantemente cuáles eran los propósitos que le habían animado a entablar aquella negociación, y cual la forma en que la había llevado a cabo. Suya completamente la iniciativa, y sin la menor intervención de Gabinete alguno extranjero, que el Gobierno declaraba no habría consentido en aquella ocasión, por innecesaria y depresiva por tanto de su dignidad era imposible ver en la candidatura del Príncipe Leopoldo una intriga para favorecer la preponderancia de una Nación en Europa, en contra de los intereses de otra y en perjuicio del equilibrio europeo."

Y seguía:

Las razones que en nombre del Consejo de Ministros tuve la honra de someter a la consideración de los Gabinetes extranjeros en abono de la conducta del general Prim y del Gobierno español, eran tan justas y evidentes, que por todos se ha reconocido el indisputable derecho de España y la lealtad de intenciones y rectitud de proceder de su Gobierno.

Pero la circular del Sr. Ministro francés de Negocios extranjeros a los agentes diplomáticos del Emperador, de cuya autenticidad después de publicada en el Diario oficial del Imperio no puedo dudar, a pesar de no haberme sido comunicada por el Sr. Barón Mercier de Lostende, ni por V. E. más que en incompleto extracto telegráfico, ha venido a demostrar al Gobierno de S. A. que había una excepción para él muy dolorosa de la justicia con que sus actos han sido apreciados.

Y le ha sorprendido tanto más la actitud en que parece colocarse el Ministro de Negocios extranjeros de S. M. Imperial, cuanto que sus palabras y las de su colega Mr. Ollivier en el Senado y en el Cuerpo legislativo eran la expresión de los más amistosos sentimientos hacia España de parte de la Francia. No parecía probable que estas protestas de amistad fueran casi inmediatamente seguidas de la publicación de un documento tan importante como la circular del día 21, en que se vierten expresiones y conceptos contra los cuales no puede menos de reclamar el Gobierno español, en bien de las cordiales relaciones que le unen y vivamente desea conservar con el de S. M. Imperial, encargando a V. E. que pida al Sr. Duque de Gramont las explicaciones convenientes.

Habla la circular de " un plan combinado contra la Francia, de una inteligencia preparada misteriosamente por emisarios que aún se ocultan, para conducir las cosas hasta el punto en que la candidatura de un Príncipe prusiano a la Corona de España se había revelado repentinamente a las Cortes reunidas, para arrancarles por sorpresa una votación que proclamara al Príncipe Leopoldo de Hohenzollern heredero del cetro de Carlos V, sin dar al pueblo español el tiempo necesario para la reflexión." Y estas palabras, que contienen una apreciación errónea de la conducta y de las intenciones del Gobierno español, deben rectificarse, en justo tributo a la verdad y en debida correspondencia a la buena fe con que éste ha procedido..............................

Pero quiero leer otro párrafo, porque se refiere al libro de que nos ha hablado S. S.:

" El Sr. Duque de Gramont (decía el Ministro de Estado

español en una nota para que le dejara copia), preocupado sin duda con las graves atenciones que en este momento le rodean en el difícil cargo a su discreción confiado, no ha tenido presente ni la altivez de nuestro pueblo ni la dignidad de nuestras Cortes, al suponer que las Constituyentes actuales podían en ningun caso [821] ni por ningún motivo dejarse arrancar por sorpresa una solución....................."

Por lo demás, respecto al derecho exclusión que bajo la autoridad de un gran poeta francés se establece en la circular a favor de cualquier Nación extranjera cuando se trata de una elección de Monarca, el Gobierno español no puede admitirlo sin las necesarias limitaciones, y se reserva para cuando llegue el caso la conveniente libertad de acción. Le basta en este punto con que el Gobierno de S. M. Imperial proclame, como lo hace, que toda Nación es dueña de sus destinos.

En vista de los hechos que anteceden, expuestos con la sencillez que tan bien sienta a la verdad, espero que ese Ministro de Negocios extranjeros rectificará sus apreciaciones sobre la conducta y los propósitos del Gobierno español en la cuestión de candidatura al Trono, consignadas en su circular de 21 del actual, y que se apresurará a dar las explicaciones convenientes, conformes con el espíritu de cordial amistad que siempre ha manifestado hacia España el Gobierno de S. M. Imperial.

Pues bien: el Sr. Duque de Gramont, a cuyo libro se ha referido S. S., se apresuró a dar explicaciones en una nota que también es bueno que se conozca. Dice así:

" El Sr. Olózaga ha sido encargado de trasmitirme oficialmente las observaciones que ha sugerido al Gabinete de Madrid un párrafo de mi circular de 21 de Julio. He dicho al señor embajador de España que me había adelantado a los deseos del Gobierno dirigiéndoos (esto le decía al embajador de Francia en Madrid), dirigiéndoos el día 28 por telégrafo, y repitiéndole después en un despacho del 29, las explicaciones del Gobierno del Emperador. Yo, en realidad, no tendría necesidad más que de reproducir esta conversación con el embajador de España."

Y sigue:

Nosotros no habríamos tenido, por el contrario, más que motivos para aplaudir los sentimientos de que los miembros del Ministerio, de la misma manera que S. A. el Regente, se habían manifestado animados: nosotros hemos hecho justicia a su lealtad, y hemos apreciado altamente los esfuerzos que han hecho para separar, en cuanto de España dependa, la causa de la guerra que Prusia ha hecho inevitable.

La opinión pública les agradece esta conducta en Europa como en Francia, y en esto momento yo debo espontáneamente estas explicaciones de mi correspondencia, para hacer ver que no he tenido intención de poner en duda la conducta del Gobierno español. Yo protesto contra toda otra interpretación de mi lenguaje, y tengo la persuasión de que la entera sinceridad de estas explicaciones disiparán todas las dudas, si las seguridades que yo he invitado a Vd. a dar al Gabinete de Madrid no han borrado por completo la primera impresión que la lectura de mi circular haya producido.

Estáis autorizado para dar lectura de este documento al Sr. Sagasta, dejándole copia si así lo juzga conveniente.

 Ya ve el Sr. Castelar cómo el Gobierno español sabe sostener a la altura que le corresponde la dignidad de la Nación.

Su señoría ha hecho un caballo de batalla porque el Ministro de España no ha hecho reclamación ninguna a consecuencia de lo que dos caballeros particulares, el Sr. Benedetti y el Sr. Duque de Gramont, escriben en un libro, haciendo las apreciaciones que tienen por conveniente respecto al Gobierno español. ¿Y qué había de hacer el Gobierno? ¿Qué idea tiene S. S. de lo que son los deberes del Gobierno? ¿Qué quería S. S. que hiciera? Lo único que puede hacerse cuando en un libro como ese se explican conversaciones que no abonan la conducta del Gobierno español, y oficialmente dicen otra cosa, a lo menos el Duque de Gramont, lo único que puede hacerse es que un particular como su señoría, interesado en los asuntos de España, diga a ese Sr. Benedetti, diga a ese Sr. Duque de Gramont que no tienen razón alguna; y a un libro, otro libro; a un artículo, otro artículo; a un discurso, otro discurso. Además, sepa el Sr. Castelar, por si quiere hacer este trabajo, que no es el primer español que lo ha hecho, que nuestro representante en Londres, que conoce personalmente al Sr. Benedetti porque ha sido compañero suyo en algunas cortes extranjeras, pidió permiso al Gobierno para contestar a las inexactitudes de ese señor ex-embajador de Francia, que más le valiera haber tenido más perspicacia en el puesto que ocupó, y haber tenido a su país más enterado de los elementos con que contaba la Alemania, que se sabía en todo el mundo, menos en Francia.

Pero ¿qué quiere el Sr. Castelar que haga el Gobierno? Pues si los Gobiernos se hubieran de creer obligados a hacer reclamaciones siempre que un Diputado se levante en una Cámara a decir lo que tenga por conveniente de España, como ha dicho S. S. que se ha levantado un Diputado inglés, o siempre que a un individuo de cualquier Nación le ocurra escribir un libro juzgando las cosas de España como lo tenga por conveniente; si el Gobierno se creyera en ese deber, no tendríamos ni Gobierno, ni cortes, ni tribunales, ni administración, porque el Gobierno de España no podría ocuparse en otra cosa que en contestar a las reclamaciones que se harían a consecuencia de los discursos del Sr. Castelar, en los cuales no deja en paz a ningún Gobierno, a ningún Rey, ni a ningún Emperador.

El Sr. Castelar y algunos otros Sres. Diputados, como los Sres. Pasaron y Lastra y Becerra, este último al defender su enmienda, han dirigido cargos al Gobierno con motivo de la crisis ministerial. Yo no quiero decir nada de la crisis ni de su terminación, que lo fue por el Ministerio que tuvo la honra de presentar como su jefe interino el ilustre general Topete, que hoy presido definitivamente el ilustre general Serrano, y que no es, como decía el Sr. Pasaron y Lastra, un Ministerio compuesto de cinco unionistas y tres progresistas, sino un Ministerio formado de dignísimos individuos de las mayorías de los Cuerpos Colegisladores, que teniendo las mismas aspiraciones y caminando hacia el mismo fin, forman un mismo partido, el partido conservador de la revolución, que, prescindiendo del exclusivismo insensato de los pandillajes, de las intransigencias peligrosas de bandería, procurará ante todo el afianzamiento de las instituciones fundamentales que el país en uso de su soberanía se ha dado, cuya formación puede humillar a los progresistas? No; en la evolución de las ideas, en la evolución de los partidos que indudablemente ha traído consigo la revolución de Septiembre, naturalmente han de verse juntos muchos que antes se encontraban separados, y separados muchos de los que antes se encontraban juntos. Juntos estáis vosotros en estrecho lazo con muchos de los que fueron vuestros encarnizados enemigos, y unidos a nosotros [822] están muchos que fueron nuestros adversarios. Si andando unos más y otros menos, pero andando todos nos hemos encontrado al fin en un punto y hemos unido nuestros esfuerzos, más lograremos que para ver el camino que hemos andado, para recorrer el camino que nos falta que andar. Por eso hemos olvidado el viaje hecho, para acordarnos sólo del que tenemos que hacer: por eso prescindimos del punto de partida, para ocuparnos sólo de buscar los medios para ir al término del Viaje. Por eso hemos olvidado nuestras procedencias, para acordarnos hoy sólo de nuestra misión; que no será poca nuestra fortuna ni escasa nuestra gloria, si llegamos a afianzar las conquistas que hemos alcanzado sin comprometerlas en nuevas aventuras.

No hay humillación para nadie en el Ministerio que ha sucedido al anterior: es un Ministerio que ha salido de la mayoría de los Cuerpos Colegisladores, que viene a seguir la política del Ministerio anterior, y que debe ser apoyado por las mismas fuerzas que apoyaron al Gobierno anterior. De otra suerte, sería juzgar al Gobierno por sus personas, en vez de juzgarle por sus actos, y eso es indigno de los representantes de un país.

Pero ¿es que esto se dice para excitar a la desunión a los que estarnos aquí de ciertas procedencias? ¿Es que se cree que ha habido por nuestra parte sacrificios y concesiones? Pues si los hubiera habido, que no han sido necesarios, si los hubiera habido para salvar estas dificultades; como si se necesitan mañana para salvar otras, tanto mejor para nosotros, tanto mejor para nuestros antiguos adversarios; que las concesiones y sacrificios pueden empequeñecer ante los espíritus pequeños, pero engrandecen siempre ante los grandes espíritus, y aquel que hace estas concesiones y está dispuesto a hacer más sacrificios, es el que mejor sirve a su país.

No hay, pues, diferencia ninguna política entre el Ministerio actual y el Ministerio anterior, y no hay, por tanto, razón alguna política para que las fuerzas que apoyaban al Ministerio anterior no apoyen a éste con igual energía, y a ser posible, con mayor decisión.

Que no hemos respetado la Constitución; que el Gobierno anterior no respetó la Constitución del Estado Señores Diputados, una sublevación carlista pronta a estallar, que ha estallado con los elementos y fuerza con que lo ha hecho, aunque no ya con todos los elementos con que contaba y con todas las fuerzas de que disponía; una confabulación internacionalista dispuesta a aprovecharse de la sublevación carlista para sumir en el luto y en el dolor a nuestras más ricas comarcas, confabulación que comenzaba con un plan de huelga general; un conato de rebelión de la parte insensata del partido republicano, que quería aprovecharse de la ocasión de tener el Gobierno las fuerzas ocupadas con los carlistas, pretendiendo levantar su bandera en nuestras ciudades, y que, gracias no sólo al Gobierno, sino a la parte sensata del partido republicano mismo, que aunque no es la más numerosa, es la más inteligente, no pudo llevarse a efecto; trabajos del filibusterismo, que cuenta con grandes recursos, que está en todas partes, que tiene mucha influencia política, y posee gran influencia social para levantar fondos para tener buques en corso, a fin de volver al encender la guerra casi extinguida ya en nuestra Antilla. Y en medio de todo esto, por cima de todo esto, conatos de conjuración, de asesinato, que, gracias a la previsión del Gobierno, no han podido traducirse en hechos tan terribles como el de la calle del Turco.

¿Quién no recuerda con esto la inquietud con que hace poco tiempo se vivía en Cataluña? ¿Quién no recuerda la intranquilidad que reinaba en Valencia? ¿Quién no conoce la alarma que reinaba en muchas provincias de España? ¿Quién no recuerda la que por algunos días vimos en Madrid mismo? Pues esta inquietud. pues esta alarma, pues esta intranquilidad, pues estos temores, a pesar de que todos ellos tenían fundamento y querían realizarse sobre la base de la sublevación carlista, todo esto constituya una situación difícil, en medio de la cual ha permanecido el Gobierno sereno, y a pesar de que todo esto le daba razón para tomar medidas extraordinarias, el Gobierno no las ha tomado, ha seguido tranquilo el curso de la ley, y ha seguido en su integridad la Constitución del Estado, sin que ni aún en provincias sublevadas se hayan suspendido las garantías constitucionales, cosa que permite la Constitución; porque allí no hemos hecho más que declarar el estado de guerra, que no significa más que la acción expedita de la autoridad militar para reprimir la rebelión.

¿Conoce el Sr. Castelar un Gobierno que haya llevado más allá el respeto a las leyes y la Constitución? ¿Es que el Sr. Castelar, si fuera poder, con toda su república, siquiera fuera la federal o la más roja, en circunstancias tan difíciles, cuando todo se trata de con mover, cuando asoma la perturbación por todas partes, cuando además hay sublevaciones armadas; es que el Sr. Castelar iría más allá que ha ido el Gobierno que tan duramente ha sido condenado por S. S.? ¿Conoce el Sr. Castelar algún partido que antes ni después de la revolución haya ido más allá en respeto a las leyes y a la Constitución?

Pero nos dice el Sr. Castelar: es verdad, no ha habido suspensión de garantías ni nada de eso; el Gobierno no ha salido de la ley a pesar de esas dificultades, pero en cambio, ya que no lo ha hecho, pensaba hacerlo, porque pensaba reformar la Constitución. Esta es otra de las desgracias que ha tenido el Gobierno anterior, y especialmente su Presidente; a mí se me ha atacado casi siempre, más que por lo que he hecho, por lo que suponían que iba a hacer. Soy llamado a la Presidencia, y se alarman los republicanos, los enemigos de la situación, y algunos que debieran ser amigos, y gritan: somos perdidos; Sagasta ha subido a la Presidencia; la libertad está en peligro. Subo después a la Presidencia del Consejo de Ministros, y dicen: pues no sólo se va a perder la libertad, sino que se va a perder la Constitución y va a desarmar la Milicia ciudadana y va a reformar la Constitución; en una palabra, se acabaron las conquistas revolucionarias. Y porque se habían de acabar las conquistas de la revolución, y porque iba a suceder todo esto en la opinión de mis contrarios, por eso me atacaban de la manera que no ha sido atacado aquí ningún hombre político; y sin embargo de todas esas predicciones, yo subí y bajó de aquel sitial, yo subí y bajó de la Presidencia del Consejo de Ministros, y la Constitución sigue sin reformar, y la libertad sigue sin novedad.

Que este Gobierno quería reformar la Constitución. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Qué párrafo ni qué idea del discurso puesto en labios de S.M. revela semejante propósito? Y cuando yo hacía esta pregunta, interrumpiendo a un orador que no era el Sr. Castelar, que afirmaba esto, se me contestaba:"bueno; no lo dices claramente, pero lo dices de una manera hipócrita." Perdóneme aquel Sr. Diputado; porque yo digo siempre la verdad, [823] cuando he faltado a la ley porque lo he creído necesario, porque lo ha exigido la salvación de la Patria, he venido aquí y he dicho en este sitio: "esto he hecho," para que lo aprobéis o lo desaprobéis. Si yo creyera que convenía reformar la Constitución, lo hubiera dicho y lo diría aquí. Pero yo no he dicho nada de eso: de nada de cuanto se dice en el discurso de la Corona y expone la comisión en su dictamen, se puede deducir semejante disparate.

¿Qué es lo que dice el discurso de la Corona? Que el Gobierno se propone presentar a las Cortes las correcciones en las leyes que hacen más práctica la Constitución, que haya puesto de relieve la experiencia. ¿Dónde está la idea de reforma constitucional? ¿O es que se pretende que no podamos nosotros, legisladores, corregir los errores, las omisiones, las faltas que vaya descubriendo la experiencia en las leyes? ¿Qué legisladores seríamos entonces nosotros? ¿Es que se pretende que dejemos en la ley electoral faltas que imposibilitan su ejercicio, omisiones que no ha sido dado llenar, casos comunes que están completamente sin prever? ¿Es que queréis que queden en las leyes provincial y municipal disposiciones completamente contradictorias, que el Consejo de Estado no ha podido en sus informes armonizar, y ni el Gobierno en sus reglamentos corregir? ¿Es que queréis que la ley de orden público no pueda evitar el luto y la muerte, y no pueda aplicarse precisamente en el único caso en que puede y debe tener aplicación?

Pues esas faltas, pues esos errores, pues esas omisiones son las que el Gobierno quería proponer a las Cortes que se llenasen; pero no sólo respetando la Constitución, sino para mejor respetarla y para que sea en toda su integridad respetada. Esa es la diferencia que existe entre vosotros y nosotros: a vosotros os importa poco toda la Constitución, con tal de que quede en pie el título primero; pues a nosotros nos importa poco el título primero (Rumores en la izquierda), si no quedan en pie todos los demás. (Continuando los rumores, el Sr. Presidente llama al orden.) A vosotros no os importa nada que no sea respetada la Constitución del Estado, con tal que sea respetado y practicado el título primero, y a nosotros nos importa mucho que sean respetados e igualmente practicados todos los títulos. (Nuevos rumores, y se vuelve a llamar al orden.) ¿Es que creéis que no dije eso antes? Pues voy a repetir lo que dije, porque lo recuerdo perfectamente. Dije que a vosotros os importaba poco que desapareciera la Constitución, si quedaba en pie el título primero, y que a mí me importaba poco el título primero, si no quedaban en pie todos los títulos de la Constitución. Es decir que vosotros no tenéis inconveniente en aceptar mutilada la Constitución, y nosotros la tenemos un respeto y un cariño más grande, porque la queremos íntegra, y por eso somos más constitucionales más legales que vosotros.

Pero dicen los que han combatido al Gobierno: bueno; no reformáis la Constitución, no habéis querido prescindir de ella al gobernar; pero en cambio la violáis, porque habéis procedido a desarmar voluntarios de la libertad y a disolver Ayuntamientos. Y me parece que son los dos únicos cargos que realmente quedan de todos los argumentos que se han hecho; y digo que realmente, porque en realidad, fuera de estos no se ha podido hacer ningún otro cargo. Es verdad: el Gobierno ha desarmado los voluntarios de la libertad en cinco pueblos, por cierto bien insignificantes; pero los ha desarmado sin faltar a la Constitución, y los ha desarmado porque al formarse no habían cumplido con los requisitos de la ley, ni aun siquiera lo habían puesto en conocimiento de la autoridad competente según ésta misma ley; y porque además de faltar a estos requisitos, esos voluntarios de la libertad habían tenido la poca prudencia, por no calificarlo de otra cosa, de hacerse instrumentos de la coalición, viniendo a defender ideas y partidos que en contra de ellos se armaban; es decir, que no solo faltaron al deber que a la clase tenían, sino que se suponían con un deber contrario, y el Gobierno los desarmó; pero repito que son los voluntarios de la libertad de cinco pueblos de España: en cambio, ha armado a los voluntarios de la libertad en más de 100 pueblos, prestando con ello un gran servicio a la libertad y al orden. Ha desarmado, dentro de la Constitución y de la ley, a los voluntarios de cinco pueblos que no tenían facultades para estar armados; pero como ha armado a los de 100 pueblos, rebajados los cinco anterior, siempre resultará que ha armado a los voluntarios de 95 pueblos; y a aquellos pueblos se les ha desarmado para organizarlos con arreglo a la ley. ¿Y saben los Sres. Diputados por qué no han podido armarse? Porque los Ayuntamientos son contrarios a la Constitución, y hay pueblos en que los Ayuntamientos eran carlistas, y yo no he podido armar a los voluntarios de la libertad por ser los Ayuntamientos carlistas, porque esto equivaldría a haber puesto esas fuerzas armadas a disposición de los carlistas. Y aquí enlazo ahora la destitución de los Ayuntamientos.

He mandado destituir, como Ministro de la Gobernación, los Ayuntamientos carlistas. En eso he faltado a la ley. Pero ¿qué había de hacer el Gobierno, cuando se levanta el partido carlista en armas; cuando por eso y para eso hacen retirar a los representantes de aquellas ideas de este Cuerpo; cuando los jefes de las columnas que persiguen a los rebeldes, no sólo no encuentran apoyo, sino que encuentran obstáculos en esos Ayuntamientos; cuando tenía que acudir el Gobierno a la defensa de esos pueblos, porque no podía armar a los voluntarios de la libertad sin dar esa fuerza y esas armas a los carlistas? ¿Qué había de hacer el Gobierno, cuando los liberales de todos los pueblos se veían abandonados y le pedían fuerza y defensa? ¿Qué había de hacer el Gobierno en defensa de los intereses del país y en defensa de la vida y de las haciendas de los ciudadanos, sino desarmarlos, y desarmarlos como medida de guerra, y desarmarlos pronta e inmediatamente, en defensa propia y en defensa del país? (El Sr. Becerra (D. Manuel): ¿Y los que eran liberales?) Respecto de los liberales, el Gobierno no ha dado semejante orden . Si algún Ayuntamiento liberal ha caído entre los carlistas, es posible que no fuera muy liberal; porque ahora sacamos en consecuencia que no fueron tantos los Ayuntamientos carlistas que salieron cuando tuvieron lugar las elecciones. Entonces habla tal empeño en probar que el Gobierno no había ganado las elecciones municipales, que se decía que una inmensidad de los Ayuntamientos en España eran carlistas: pues ahora que se trata de destituir a los Ayuntamientos carlistas, apenas se encuentra uno por un ojo de la cara.

El Gobierno no podía menos de hacer lo que ha hecho; y además, cuando los partidos una vez y otra vez apelan al terreno de las armas, claro es que apelan para jugar el todo por el todo; y si apelan para eso, cuando son vencidos que se resignen a perderlo todo.

Pero se dice: es que no se puede destituir a los Ayuntamientos sin las previas formalidades de la ley, sin informe del Consejo de Estado; en una palabra, sin [824] seguir la tramitación que las leyes tienen al efecto establecida. ¡Excelente sistema en momentos de sublevación! Esperar a que los Ayuntamientos se subleven o ayuden a la sublevación; esperar a que los rebeldes cojan a las columnas, en vez de ser ellos cogidos por las columnas; esperar a que nuestros amigos sufran todo género de persecuciones mientras el Consejo de Estado resuelve lo que el Gobierno ha de hacer con los Ayuntamientos carlistas, cuando el partido carlista se ha levantado en armas. El sistema será bueno. . . (Un Sr. Diputado: Eso es el sistema preventivo.) No es tal; ese es el error, porque aquí se confunde el sistema preventivo con el sistema de precaución. (Risas en los bancos de la Izquierda.) ¿Es lo mismo? ¡Qué absurdo!

Esto me recuerda, Sres. Diputados, un cuento que oí hace poco. Visitaba un viajero un gran convento: estaba examinando la fachada, que era monumental, arquitectónica, y observó que a cada extremo de la fachada habla un gran balcón: el uno tenía un antepecho magnífico, muy sólido, de piedra de sillería, perfectamente labrado, y el otro no tenía antepecho ninguno. El viajero lo dijo al lego: Diga Vd., ¿cómo es que este bacón tiene antepecho, y no le tiene el otro, diminuyendo así la armonía de la fachada?- iAh, señor! contestó el lego: es que por ese bacón se cayó y se desnucó un fraile y la comunidad mandó construir ese antepecho.-Pues entonces ¿por qué no se ha construido el otro? preguntó el viajero: a lo que el lego contestó; porque estamos esperando a que se caiga y se desnuque otro fraile. (Risas y aplausos.) Pues en este cuento vais a ver lo que es prevención y lo que es precaución: precaución es el antepecho, que sin quitar la libertad al fraile para asomarse al bacón, le quita el peligro de caerse; prevención sería tapiar el bacón para que no se asomara. (Risas.)

Tengo necesidad de insistir en esto, porque quiero inculcar en el país estas ideas, que son las sanas, porque aquí se ha perdido absolutamente el sentido político y aun el moral, cuando se ha llegado a confundir la prevención y la precaución, que son cosas muy distintas. Yo no quito la libertad al fraile para asomarse al balcón; lo que quito es el peligro sin quitarle la libertad. Pondré otro ejemplo: Pedro quiere asesinar a Juan; el Gobierno lo sabe: el sistema preventivo para evitar que Pedro asesine a Juan, es coger a Pedro imposibilitarle que asesine a Juan privándole de su libertad, pero también de los medios de ganar su subsistencia y la de su familia; pero yo no quiero ese sistema; yo no quiero quitar la libertad a Pedro, porque puedo equivocarme, y ese es el riesgo del sistema preventivo; yo no quiero quitar su libertad a nadie sin estar completamente seguro de que tengo derecho para ello: lo que hago es rodear a Juan de todas las precauciones necesarias para impedir que Pedro le asesine, y sin molestar a Pedro para nada:

Lo cierto es, señores, que en el caso de la destitución de los Ayuntamientos no hay nada que obedezca al sistema preventivo: estas no han sido más que medidas de defensa en un caso de guerra; y por consiguiente, el Gobierno, autorizado para tomar todas las medidas que creyera convenientes en defensa de la ley, para luchar contra los rebeldes y vencerlos cuanto antes, para impedir que las tropas del Gobierno pudieran ser sorprendidas por los rebeldes, o que una columna no encontrara en un pueblo el auxilio que necesitara por ser el Ayuntamiento carlista, mientras que los rebeldes encontraran todos los auxilios que necesitaran, ha mandado destituir a los Ayuntamientos carlistas: ha sido ni más ni menos que una medida de defensa. Si el partido carlista no se hubiera llegado a levantar en armas, y se hubieran disuelto los Ayuntamientos, hubiera sido una medida preventiva; pero una vez en lucha armada, una vez en el campo, no sólo ha estado en su derecho el Gobierno tomando todas las medidas que tenía en su mano para vencer (y uno de esos medios era la destitución de los Ayuntamientos carlistas), sino que hubiera faltado a su deber si no lo hubiera hecho.

Estos han sido los cargos que al Gobierno anterior se han hecho: ya ven los Sres. Diputados a lo que queda reducido ese castillo de delicada filigrana que el señor Castelar ha levantado el otro día; lo que queda de todas las obras en que no se trata de armonizar la solidez con la belleza: la obra del Sr. Castelar es muy bella; esto satisface a S. S., y hace bien, porque S. S. es más artista que hombre político; del artista nos queda la gloria; pero del hombre político ¿qué queda? Absolutamente nada.

Al Gobierno anterior le queda la gloria de haber resuelto sin ruido, sin faltar a la ley, las grandes dificultades que la ciega pasión de los partidos le ofrecía; las dificultades que el mismo Sr. Castelar ha confesado cuando nos dijo que se había venido a la lucha electoral con dos irritaciones extraordinarias, la irritación de los partidos extremos y la irritación del Gobierno, en lo cual por cierto andaba algo equivocado el Sr. Castelar, porque hubo dos irritaciones en sentido contrario, la irritación indebida de las oposiciones, y la del país, producto de la irritación de las oposiciones, que fue la que dio el triunfo al Gobierno. Al Gobierno anterior, pues, le queda la gloria de haber vencido a la coalición, cuyo triunfo hubiera sido el poder en manos de la anarquía, o la dictadura del poder; pero en uno y en otro caso la pérdida de la libertad. El Gobierno anterior tiene la gloria de haber hecho inútiles los trabajos del filibusterismo contra nuestras provincias de Ultramar; tiene la gloria de haber ahogado en sus focos principales la guerra civil, cuya intensidad y cuya duración nos hubiera dado grandes disgustos, alentando las esperanzas de los enemigos de la sociedad que están espiando el momento de destrozarla; tiene la gloria de haber presentado resuelta la cuestión de Hacienda, que errores irrefutables a todos, que desgracias a todos comunes hacían casi insoluble.

Pero no basta esto; no basta que el Gobierno anterior haya hecho lo que le haya sido posible para dar al país la paz y el sosiego material que tiene el deber de darle; no basta que el Gobierno anterior haya tenido, como tiene el actual, la seguridad de vencer a cualquiera insurrección armada de las que se estén fraguando y puedan sobrevenir: importa destruir también esa perturbación moral, ese personalismo político, ese desorden social que todo lo perturba; importa destruir también esa sublevación inerme, latente, oculta, que en todas partes está y en todas partes se infiltra; esa anarquía mansa, fomentada por nuestras pasiones y extendida por nuestra debilidad, que tiende a consumir a la sociedad española. A la actividad y energía del Gobierno, secundado con resolución por la mayoría, corresponde resolver esto, que es más difícil que vencer una insurrección armada: para esto el patriotismo exige que la mayoría ayude al Gobierno, que el Gobierno tenga toda la fuerza que há menester para vencer, no sólo la sublevación armada, sino para vencer a la insurrección desarmada a que antes me he referido, y mucho más peligrosa. Tenga el [825] Gobierno energía, actividad, valor, y cuente, como yo creo que contará, con el valor, la actividad y la energía de la mayoría, para resolver estas cuestiones, y se habrá dado de una vez para siempre a este país la paz y el sosiego que tanto necesita.

 



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